Que no sirva de precedente, porque entradas como las dos anteriores, derramadas en lo biográfico me hacen sentir incómodo y se me trasparenta la necesidad de aprobación por el miedo a un malentendido que luego casi nunca ocurre. Así que mejor el regreso a la autoficción, que ahí es donde verdaderamente me siento cómodo, desde la que me invento hombres y mujeres que no existen, o de existir imposible que me lean y si se identifican los mezclo en recuerdos con brebaje de fantasía en la coctelera, y en esas lindes también me reinvento y opino sin rumbo aparente, como ahora, que parezca que hablo por hablar, y metiendo ingredientes sin puntos y a partes para que no se acabe de montar nunca la mayonesa mental del que lo lee, aunque la receta la conozca y sepa el rumbo y a dónde me dirijo. Y lo curioso es que es entonces cuando por lo críptico o generalizado de lo escrito se siente el personal más aludido y a veces responden con privados si fueron ellos los que dijeron aquello o esto. Ya me pasaba con el blog anterior que tuve. Ha llovido. A fin de cuentas los que escribimos aquí somos minoría, los blogueros tuvimos nuestro momento, pero ahora nada. Como decía Malherido, en el único blog por el que pago (cantidad risible) por leer (y si Lardín volviera, acaso también lo haría): “Leer, lo que se dice leer, no se lee ya. ¿Cuándo es "ya"? Cuando abres tu cuenta en Netflix es ya. Cuando pones me gusta en Fb es ya. Cuando tuiteas lo que ves por la tele como si no acabaras de creerte lo gilipollas que eres por ver la tele, eso, sí, también es ya”. Y no se escapan ni los que se hacen la conexión en directo luciendo biblioteca a la espaldas ni yo mismo, que releo lo que tengo, más que nada, y además ahí tengo a “Dark” ocupando su espacio nocturno en mi escaleta diaria, sí, también en Netflix, por recomendación, y me parece un juguete con motor V8 conduciendo a velocidad de comitiva fúnebre, que vale más por sus silencios que por lo que dicen sus personajes, pero que en cualquier momento la trama va a pisar el a fondo y nos va a dejar con la boca abierta intentando comprender lo que ha pasado, con el toque contenido y cilantroso de lo nórdico, como la primera vez que pruebas una ginebra de cincuenta euros, y seguro que un final más interesante que el de la distopía cotidiana que vivimos a pie de calle, de la pienso que algún día me despertaré, como Resines en Los Serrano.
El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos.
jueves, 25 de junio de 2020
Botánicos
Que no sirva de precedente, porque entradas como las dos anteriores, derramadas en lo biográfico me hacen sentir incómodo y se me trasparenta la necesidad de aprobación por el miedo a un malentendido que luego casi nunca ocurre. Así que mejor el regreso a la autoficción, que ahí es donde verdaderamente me siento cómodo, desde la que me invento hombres y mujeres que no existen, o de existir imposible que me lean y si se identifican los mezclo en recuerdos con brebaje de fantasía en la coctelera, y en esas lindes también me reinvento y opino sin rumbo aparente, como ahora, que parezca que hablo por hablar, y metiendo ingredientes sin puntos y a partes para que no se acabe de montar nunca la mayonesa mental del que lo lee, aunque la receta la conozca y sepa el rumbo y a dónde me dirijo. Y lo curioso es que es entonces cuando por lo críptico o generalizado de lo escrito se siente el personal más aludido y a veces responden con privados si fueron ellos los que dijeron aquello o esto. Ya me pasaba con el blog anterior que tuve. Ha llovido. A fin de cuentas los que escribimos aquí somos minoría, los blogueros tuvimos nuestro momento, pero ahora nada. Como decía Malherido, en el único blog por el que pago (cantidad risible) por leer (y si Lardín volviera, acaso también lo haría): “Leer, lo que se dice leer, no se lee ya. ¿Cuándo es "ya"? Cuando abres tu cuenta en Netflix es ya. Cuando pones me gusta en Fb es ya. Cuando tuiteas lo que ves por la tele como si no acabaras de creerte lo gilipollas que eres por ver la tele, eso, sí, también es ya”. Y no se escapan ni los que se hacen la conexión en directo luciendo biblioteca a la espaldas ni yo mismo, que releo lo que tengo, más que nada, y además ahí tengo a “Dark” ocupando su espacio nocturno en mi escaleta diaria, sí, también en Netflix, por recomendación, y me parece un juguete con motor V8 conduciendo a velocidad de comitiva fúnebre, que vale más por sus silencios que por lo que dicen sus personajes, pero que en cualquier momento la trama va a pisar el a fondo y nos va a dejar con la boca abierta intentando comprender lo que ha pasado, con el toque contenido y cilantroso de lo nórdico, como la primera vez que pruebas una ginebra de cincuenta euros, y seguro que un final más interesante que el de la distopía cotidiana que vivimos a pie de calle, de la pienso que algún día me despertaré, como Resines en Los Serrano.
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