lunes, 29 de junio de 2020

Not Pennys boat




Sucumben los días vagabundeando pasillos de hospital explicando por enésima vez este dolor de metralla en las lumbares. La solución ideal va a ser imposible de encontrar y hay que conformarse con arrimarse a la idea de que aún estamos a tiempo de hacer algo para paliarlo, que de viejo ya va a ser mejor no merodear los hospitales. Me he encontrado una foto mía, de hace unos años, sujetando una gallina con las manos junto a unos tractores en una zona rural que no identifico, y hasta que no me explican es la pura sensación de salto cuántico y algo de Lost, (Perdidos), porque no me reconozco y  lo mismo soy yo en otra vida. De ahí a los colaterales de ir  comprendiendo que Lost continua sin parangón. No me venga nadie con Breaking Bad o cualquier otro título, que me da lo mismo. Todo paños menores, pintones algunos, pero menores. Lost tiene a sus detractores bien identificados en un único argumentario, que se repite como un mantra: El final. El dichoso final al que no a todo el mundo gusta, otros odian pero aman igualmente la serie, y otros la echan entera al basural por ese motivo en lugar de acudir la ingente cantidad de interpretaciones y tratados, más que de cualquier otra,  que hay en las calderas de internet.  El motivo, en resumen, es sencillo, crea tantas expectativas, tramas y subtramas a resolver, que ahí se perdieron muchos. Un poco yo también, claro, pero es que hay quien se empeña en comprenderlo todo a la primera o quemar las naves, y con Lost va a ser sencillamente imposible, de ahí a la frustración y la venganza de algunos. Para mí final redondo. Ahí está mi catedral, donde peregrino, me planto en su portal e hinco las rodillas. La madre de todas las series, que avanzándose a su tiempo (creo que no habían ni redes sociales) implementó una variedad de recursos narrativos visuales apenas visto hasta el momento. Luego todos a copiar. Y lloré como María Magdalena durante los cinco últimos capítulos, (por lo menos) donde se acaba atisbando y resolviendo todo. Una serie puede ser buena, o muy buena, pero si además es capaz de hacer que pases de odiar a un personaje a llorar porque se ha muerto, mucho ojo. Decía Victoria Spunzberg, una profesora de dramaturgia que tuve, que la grandeza de Shakespeare era la capacidad que tenía el tío de tocar todos los palos, así como un multi instrumentista, y tocarlos cojonudamente, sin que se te resienta ninguna sección: Amor, traición, familia, ambición, aventura, misterios, ciencia y ficción, religión, filosofía (sí, también sus dualismos: la vida la muerte, el bien y el mal!!)… En fin ponga usted el ingrediente que quiera. Que sí, que  amo el rock and roll, uan, tu, zri for, cuatro acordes y a gritar,  pero Lost fue y es la mejor partitura para orquesta filarmónica que se haya escrito. 

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