viernes, 3 de julio de 2020




Me dice E, mientras miro a Siniestro Total cantando “Bailaré sobre tu tumba” que una canción así, hoy en día iba a ser difícil. Y asiento y le digo que cualquier día van a poner rotondas en el supermercados, y si no al tiempo.  El cine no se libra tampoco, bien sea por falta de imaginación o abundancia de ofendidos. Decía Lardín, al que ya cité en la anterior entrada, respecto al cine de terror, que “no vale hacer terror, hay que hacer pánico” y que no quería entender nada, que lo que quería era que le sudaran las manos. No sé, algo así como aquellas ganas de taparte los ojos en tu infancia, como única defensa posible a falta de un buen bunker. Y efectivamente todo eso debería servir como guía cuando uno se pone frente a la pantalla.  Esto no es un consejo para nadie, me lo digo a mí mismo. Pero vaya por delante, que una forma de poner a prueba los propios límites en la ficción es cenar con una de Lars Von Trier, (a priori sería difícil tropezar con  una de estas si uno no va a buscarlas) asumiendo que sin ser de terror (alguna tiene también) acabas aterrorizado,   y ya puedes dar la noche por perdida. Ya voy advirtiendo. A mí me pasó con varias de este señor, y otras de sus colegas del manifiesto Dogma,  ya hace años, pero especialmente con Bailar en la Oscuridad, (Dancer in the dark, 2000). En el apartado técnico no vale la pena buscarle los tres pies al gato porque el danés chulea la cámara, en eso el tipo va sobrado de alabanzas. En reparto, Katerine Deneuve,  dama de experiencia incontestable, pero la campanada la da Bjork, ser raruno y malcarado en su vida real, que llegó desde su peculiar mundo celeste, vino, vio y  venció, y se marchó con su inexplicable y genial interpretación, para no volver jamás, dejándote hecho una mierda y prometiéndote a ti mismo que películas así no las quieres volver a ver nunca más. Que con una es suficiente. Pues con  el terror, debería ser así.

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