Me dice
E, mientras miro a Siniestro Total cantando “Bailaré sobre tu tumba” que una canción
así, hoy en día iba a ser difícil. Y asiento y le digo que cualquier día van a
poner rotondas en el supermercados, y si no al tiempo. El cine no se libra tampoco, bien sea por
falta de imaginación o abundancia de ofendidos. Decía Lardín, al que ya cité en
la anterior entrada, respecto al cine de terror, que “no vale hacer terror, hay
que hacer pánico” y que no quería entender nada, que lo que quería era que le
sudaran las manos. No sé, algo así como aquellas ganas de taparte los ojos en
tu infancia, como única defensa posible a falta de un buen bunker. Y
efectivamente todo eso debería servir como guía cuando uno se pone frente a la
pantalla. Esto no es un consejo para nadie,
me lo digo a mí mismo. Pero vaya por delante, que una forma de poner a prueba
los propios límites en la ficción es cenar con una de Lars Von Trier, (a priori
sería difícil tropezar con una de estas
si uno no va a buscarlas) asumiendo que sin ser de terror (alguna tiene
también) acabas aterrorizado, y ya puedes dar la
noche por perdida. Ya voy advirtiendo. A mí me pasó con varias de este señor, y
otras de sus colegas del manifiesto Dogma, ya hace años, pero especialmente con Bailar en
la Oscuridad, (Dancer in the dark, 2000). En el apartado técnico no vale la pena
buscarle los tres pies al gato porque el danés chulea la cámara, en eso el tipo
va sobrado de alabanzas. En reparto, Katerine Deneuve, dama de experiencia incontestable, pero la
campanada la da Bjork, ser raruno y malcarado en su vida real, que llegó desde
su peculiar mundo celeste, vino, vio y venció, y se marchó con su inexplicable y
genial interpretación, para no volver
jamás, dejándote hecho una mierda y prometiéndote a ti mismo que películas así
no las quieres volver a ver nunca más. Que con una es suficiente. Pues con el terror, debería ser así.
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