El
principio es el final, te dices, mientras cierras las cortinas a un mundo que
jamás te prestó la mínima atención. Te tiras en el sofá, cambias de canal sin
rumbo de aguja. Corbatas que auguran desastres económicos. Una tía con el pelo
rubio. Te suena. Hace años tenía un programa de tertulianos casposos que
hablaban de cine. Te la empiezas a tocar hasta que se te duerme como un gatito
entre las manos. Eso es el crecimiento negativo. Por la tarde, te parapetas en
la cocina, la última trinchera donde mantienes a salvo tu libro de
instrucciones. Repasas con la mirada el oleaje de trapos colgantes del patio de
luces. Ella abre la puerta y contra el marco se estrellan los gritos de unos
niños disparados desde el comedor, abre la puerta de la nevera, saca una
cerveza y te anuncia: tu turno, te toca. Cuando acabe todo esto será perfecto,
volverán las reuniones familiares entorno
a una mesa con comida y aperitivos, hasta que la mano de tu cuñado y la tuya
vuelvan a coincidir en un platillo de berberechos. Los niños callarán, los suegros
mirarán hacia otro lado. El berberecho se quedará en el plato. Alguien hará un
gesto y la música seguirá sonando. El final es el principio, te dices.
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