La dificultad para comunicarse no es nueva, lo que no tiene es remedio. Una ciudad como esta, que sostiene un modelo de bancos unicelulares es una mierda, se mire por donde se mire. Cuando hacía cursos, por ejemplo uno de dramaturgia, en la Sala Beckett, identifiqué desde el primer día a un tipo como compañero de profesión. El tipo se limitó a decir que era funcionario. Yo en cambio, mentí, y dije que era conductor de ambulancias. Pero lo realmente curioso fue que ninguno de los dos nos presentamos mutuamente, a pesar de que el tipo a mí ya me conocía de antes. Así que pasamos dos meses de curso escuchándonos atentamente cuando nos tocaba someter los textos de nuestras escenas a crítica de los compañeros. No fue hasta la cena de despedida donde hablamos de ello. El tipo era devoto de Ionesco y del absurdo, así que imprimía a sus letras ese toque burlesco y de picha fría. Dirigía en sus días libres una compañía de teatro amateur. Talentoso, sí. Y escucho en una serie patria, a una profesora de literatura, diciendo a sus alumnos de ficción que escribir es volcar en el papel no sé qué sufrimientos, partos y embarazos. Todas las alusiones así, enésimas y hormonales, porque a los que he conocido eran de oficio. Y oficio es igual a trabajo elevado al cubo. Y si te dejan, disfrutar con ello. Todo esto lo digo en alto, mientras le damos al piponazo por las noches a golpe de serie finlandesa. E, prefiere las de Mercadona, más hipertrofiadas y dopadas de sal. La serie en cuestión se suma a esa moda en la que el paisaje pesa y abruma como un personaje en sí mismo, como Ozark y otra de título parecido a la anterior “Bloodline”, ambientada en los Cayos de Florida. La ventaja de Deadline, es que lo gélido del paisaje finés se te mete hasta la próstata y te guarda de las ganas de mear. Y en sus silencios, que son muchos, nos despistamos y tratamos de dibujar con la mirada en el techo los pasos de un vecino al que jamás hemos visto. Los pasos nocturnos y poco más que el grifo de la ducha que se abre de madrugada. Desconocemos su fisonomía, edad, estado civil. Discutimos incluso sobre si es hombre o mujer. No tiende la ropa, ergo no la lava. No protagoniza fiestas, ni paellas los fines de semana, ni orgías ni furor onanista en solitario. Ni pecado ni virtud. A veces me sorprendo tratando de escucharlo desde la cocina donde únicamente intuyo el ocasional chisporroteo de unos huevo fritos que presumo que acabará comiéndoselos solo. En silencio. Ahí, en la cocina, conservo yo también mi libro de instrucciones y me fortifico con café fuerte y cigarros prestados para sobrellevar mejor el barro de las botas. Echo el humo por la ventana y repaso el oleaje de trapos colgantes del patio de luces. Hace dos años que también nos tenía intrigados la bata de una señora mayor que flameaba solitaria en las cuerdas de un tendedero del edificio del al lado. Hoy por fin, alguien la ha recogido y ha cerrado las ventanas. Hoy, que es precisamente Noche Buena. No quería decir que es una noche diferente, porque también es pastoso y enésimo pero desde luego es noche de paz. Eso sí. Pero sobre todo de silencio. Un silencio Premium, eso también.
Agente Read
El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos.
martes, 29 de diciembre de 2020
domingo, 13 de diciembre de 2020
Recorri2
Mi entrenador de Muay Thai, que tendrá mi edad, me cuenta que la base de muchos entrenamientos
es la constante repetición de un mismo ejercicio. Cien kicks, cien ganchos,
cien tips, cien checks, cien combos, cien… así cada día… hasta que mecanizas el
movimiento y luego te sale de forma automática y luego hay que ir puliendo e
incorporando otras ideas. Que de ese modo creas en tu cerebro unas conexiones
que luego hace que te salga solo y… Y sé de lo que me habla, porque en Muay
Thai soy un menos que un novato, pero en su día, ay… en su día con una pelota
de color naranja hacíamos lo mismo y al final eso es denominador en todos los
deportes. Es lo que llamábamos “fonaments”.
A los chavales jóvenes no les gusta, porque les aburre la repetición, me
sigue contando. Ahora que han cerrado los gimnasios, Ramsés, un local legend
del Strava me lleva a correr por Collserola, nos ilustra técnicas pisada, de
subida, de bajada, mientras para él es
un paseo. Dice que me va a poner fuerte. Eso si la metralla de la espalda me lo
permite, le respondo siempre. Los recuerdos son difusos, pero si algo tengo
claro de aquella época es que odiaba correr. Y las pretemporadas eran lo peor.
En pretemporada el setenta por ciento
del entreno se hacía fuera del parquet. Pisabas el vestuario bien temprano,
apenas para cambiarte y a correr. Cada puñetero día. Alguien tiraba de nosotros
siempre, marcando el ritmo, quizá Quim, el físico, (creo que le llamábamos
Roky) incluso Tommy o David, más sobrados de cardio. Apenas recuerdo las rutas,
porque nunca llegué a conocer Badalona, pero creo que cruzábamos carrer del
Mar, hasta Can Soley. Aromas de anís, sal marina, pan y croissant, así
prácticamente todos los días, afinando la maquinaria al límite hasta que la
course navette nos daba el visto bueno. Si volviera a pasear por aquellos lugares no los reconocería. Pep me
dijo en el reencuentro: “recordes que quedavem aquí quan anavem a jugar a fora?”
Se refería a un edificio parecido a un museo o biblioteca municipal, y de noche como que no, porque todos los gatos
son pardos. Al volver a Ausias March
finalizábamos con sesiones de estiramientos interminables, junto a una vidriera
poco frecuentada del pabellón, donde me tocaban agarrar las piernacas de Pere
Remón, diez centímetros más alto que yo, esto son veinticinco kilos en cada
mano, para soltárselas y a les sis aquí nois, farem una mica de pista.
Descanseu. Ya empiezas a tener cuerpo de un jugador de Baloncesto, me dijo un
día Enrique Campos, pionero del concepto campus, director de L’Escola de
Bàsquet, que en su momento nunca supe exactamente quién era porque yo lo veía
un poco como el padre amable de todos. Tantos años queriendo olvidar, empujando
para adentro los recuerdos y de un tiempo a esta parte ya ves, al correr por
Collserola se me mueven las placas tectónicas y ahí, ay, amigo, por ahí tenían que salir. Tras las pisadas.
Corriendo, cómo no. No he vuelto a pisar Ausias March, y eso que sé que hay una
foto guapa donde salgo de juvenil. Qué más da. Voy a empezar la segunda
temporada de Ozark, que nos da vidilla a E y a mí por las noches. Ambientada en
ese estado con grandes lagos, que se acaban de disputar unos y otros. El presidente
saliente no me gustaba, pero me hace gracia que aún hay quien cree que lo que
había antes de éste y se vestía con los trapos de los derechos civiles se jartó de bombardear a miles de kilómetros de
su casa. Y el anterior a éste lo mismo. El diez a quirófano, por lo de metralla en las
lumbares. Deseadme suerte. Quiero correr. Me cago’n la figa d’en Catà!!,
jueves, 23 de julio de 2020
Mi
hermana, enfermera y mi cuñado nefrólogo, los que me lo recomendaron. Te podría ir bien, me dijeron. El tipo de la
bata blanca me hace pasar a una pequeña habitación y me siento delante de su
mesa. Lleva una pantalla transparente delante de la cara e inicia un interrogatorio relativo a mi salud, entre los
que confieso mis datos delincuenciales respecto a la carne y el tabaco en
tiempos pasados de lo que tan solo queda el gusto por vapear. Y eso no me lo
quita nadie, le digo. Cuando acaba me desnudo y muestro mis estragos vertebrales,
y me dice que me ponga de pie mirando al frente. Observa con atención y noto la punta de un bolígrafo dibujándome un mapa que sólo él
entiende. Túmbate. Respira, expira, crujido. Tranquilo, respira, expira. Crujido. Levántate, agáchate.
Meninges, tejidos conectivos. Esto molesta pero lo podrás aguantar. Ahora de pie. Vuélvete a
agachar. ¿Deporte? Que sí, de joven, de alta intensidad. (me ha quedado cool, me
digo) Y luego ya años después, kung fu solo katas, sin combate, y chi kung… eso fue tras un viaje a
Vietnam en busca del Coronel Kurtz y
otro a la India y Nepal. ¿La India? Parece interesado. La India. Vida, muerte y
eternidad. O te cambia o te expulsa, le digo. Al principio bien. Sensación de
flotar al volver. Me iba bien, pero con los años me he vuelto a asalvajar. Lo último
que he aprendido en los últimos tiempos es a sonreír con la mascarilla puesta.
Ya ves. Hasta podría darte clases, le digo, ahora que se impone un nuevo modelo
de economía, pero poco más. Cuando me quiero reconciliar con el mundo salgo a los
parques y me como a un practicante de tai chi con kimono incluido. Sólo eso. El
tipo sigue apretándome las vísceras. Toma pulsos. ¿Te gusta leer? Le comento
que es de los pocos refugios donde mantengo mi cuaderno bitácora seco. Me habla
del mayor de los estudios relativos a la dieta: El estudio de China y Comer
para no morir. Y el documental de Netflix: The game changers, donde sale un
tipo casi desconocido que machacó a Connor McGregor, un campeón fanfarrón de la
MMA. Y de una ciclista olímpica y de otros varios, que ganaron sus medallas
siendo los atletas de mayor edad de aquella competición. Todos veganos. Y que
tengo que recuperar el core, que lo tengo echado a perder. ¿Qué coño es el core?
Y de probióticos, y de aceite de magnesio y le digo que me lo apunte, que de memoria
voy peor que Dori. Y él me dice que eso es ahora, pero ya se andará también. Te
veo en quince días. Y así llevo un mes. Con todo leído. Recuperando core.
Aprendiendo
a comer. Apuntalando vértebras que hace un mes parecían tuberías de un
submarino de la primera guerra mundial. Jugando al escondite con el dolor y el bisturí.
Creo que le voy a ganar.
miércoles, 22 de julio de 2020
Campeando voy
De la
Vanguardia leía, mediante excompañero de codazos bajo el aro interpuesto, del
que guardo buen recuerdo, -y se limitaba a publicar esa contra a modo de reflexión, como suelen ser todas
las que publican Los Godó en la contra-,
que lo mismo habría que plantearse que lo de votar sea cosa de
todos, que si no se cumplen unos mínimos
quizá algunos no deberían ejercerlo. Y esto lo decía un tipo que se autoacuñaba
como algo parecido a jefe de estudios de una escuela privada de negocios. Y también
filósofo. (Escuela de negocios. Eso seguro).
Ya está todo dicho, creo que respondí, así compactado, “escuela de
negocios”. A falta de leer entero el artículo el resumen del titular apunta a
los de siempre, a los de abajo, y lo mismo, me digo, habría que apuntar hacia
arriba. Invertir la frase: Yo te voto, pero si no cumples los mínimos que prometiste, gañan, lo mismo no habría
que seguir dejándote gobernar y sacarte del escaño, a que te limen los dientes,
que ya se te estaban poniendo largos.
martes, 7 de julio de 2020
The blues brothers
A AT lo tengo que querer, porque lo vivido
juntos se antepone ante todo, y es pensar en él y ganas de achucharlo en estos
tiempos de codo con codo, porque le guardo el tacto de las buenas
conversaciones sobre el mundo del deporte y por mostrarme la sala de máquinas
de un entrenador, este último, un mundo que no me apasiona pero explicado por
él me pone los oídos atentos, aunque si algo me legó sobre todo fue su sentido
vital del humor, que aunque él no lo sepa fue bálsamo en un momento muy
importante. He dicho importante porque no quise escribir jodido. Así que está
invitado a este café, pero si hay que discutir se discute, y no hay por qué
comulgar con lo de la globalización, porque me ha parecido entender de sus
palabras que es el mejor invento y que por ella se revaloriza y se exporta al
mundo lo autóctono y local. Así pues, Mariscal, El último de la fila, Loquillo,
Montalbán o Bigas Luna. Y ahí ya me quedo a cuadros y me vengo, claro, a esta
esquina a secarme las lágrimas, sin que me vea. Porque Mariscal pase, que quizá
estuvo en el momento oportuno, Loquillo es puro resentimiento, del que me daría
para otra entradita, (y aún a ratos ya ves), pero ¿El último, Montalbán o Bigas
Luna? No entiendo nada, pero apuesto a que les sudaba la entrepierna la
globalización lo mismo que a Pepe Rubianes o a Carmen Amaya. A la globalización
le importa una mierda lo concreto y autóctono, y lo demás me parece que es una
falacia. La globalización no es más que ese nuevo modelo de orden mundial que
va cuajando desde hace muchos años y el resto es folklore barato para ellos y
nada que preservar. A Montalbán especialmente, de quién me acuso de no haber
leído prácticamente nada. Y qué pena, me lamento, porque me fui entreteniendo
con otros, y éste, que es Barcelonés, (supongo que digo es, porque lo que queda
escrito y por leer nunca muere, a sabiendas que esto va a sonar algo cursi)
como yo, y del Raval de antes, ya ves. Así que no, que esta "ciudad de
chancletas" (en palabras de Loquillo) y suflé postmoderno ecualiza a todos
los barrios por igual en un parque temático con sus garitos cool donde solo
sirven quiche de calabaza o ragú de nopollo con setas. Tanto AT como yo los
vimos florecer uno por uno en Sant Antoni, el barrio, digo. Esa es la oferta de
esta ciudad. Por eso cada vez más mis ganas de irme a Vilassar o cualquier
pueblo mediterráneo “de Dalt”. Y así, por estar en deuda con Montalbán, he
encontrado algunos escritos y entrevistas de las que me guardo una frase suya
sobre el asunto en cuestión: “Si se entiende por globalización el buscar una
palabra suave para reflejar lo que antes llamábamos imperialismo, ahí es otra
cuestión”. Aunque a mí me gusta más: “Los dioses se han marchado. Nos queda la
televisión”.
lunes, 6 de julio de 2020
Trinchera
El
principio es el final, te dices, mientras cierras las cortinas a un mundo que
jamás te prestó la mínima atención. Te tiras en el sofá, cambias de canal sin
rumbo de aguja. Corbatas que auguran desastres económicos. Una tía con el pelo
rubio. Te suena. Hace años tenía un programa de tertulianos casposos que
hablaban de cine. Te la empiezas a tocar hasta que se te duerme como un gatito
entre las manos. Eso es el crecimiento negativo. Por la tarde, te parapetas en
la cocina, la última trinchera donde mantienes a salvo tu libro de
instrucciones. Repasas con la mirada el oleaje de trapos colgantes del patio de
luces. Ella abre la puerta y contra el marco se estrellan los gritos de unos
niños disparados desde el comedor, abre la puerta de la nevera, saca una
cerveza y te anuncia: tu turno, te toca. Cuando acabe todo esto será perfecto,
volverán las reuniones familiares entorno
a una mesa con comida y aperitivos, hasta que la mano de tu cuñado y la tuya
vuelvan a coincidir en un platillo de berberechos. Los niños callarán, los suegros
mirarán hacia otro lado. El berberecho se quedará en el plato. Alguien hará un
gesto y la música seguirá sonando. El final es el principio, te dices.
viernes, 3 de julio de 2020
Me dice
E, mientras miro a Siniestro Total cantando “Bailaré sobre tu tumba” que una canción
así, hoy en día iba a ser difícil. Y asiento y le digo que cualquier día van a
poner rotondas en el supermercados, y si no al tiempo. El cine no se libra tampoco, bien sea por
falta de imaginación o abundancia de ofendidos. Decía Lardín, al que ya cité en
la anterior entrada, respecto al cine de terror, que “no vale hacer terror, hay
que hacer pánico” y que no quería entender nada, que lo que quería era que le
sudaran las manos. No sé, algo así como aquellas ganas de taparte los ojos en
tu infancia, como única defensa posible a falta de un buen bunker. Y
efectivamente todo eso debería servir como guía cuando uno se pone frente a la
pantalla. Esto no es un consejo para nadie,
me lo digo a mí mismo. Pero vaya por delante, que una forma de poner a prueba
los propios límites en la ficción es cenar con una de Lars Von Trier, (a priori
sería difícil tropezar con una de estas
si uno no va a buscarlas) asumiendo que sin ser de terror (alguna tiene
también) acabas aterrorizado, y ya puedes dar la
noche por perdida. Ya voy advirtiendo. A mí me pasó con varias de este señor, y
otras de sus colegas del manifiesto Dogma, ya hace años, pero especialmente con Bailar en
la Oscuridad, (Dancer in the dark, 2000). En el apartado técnico no vale la pena
buscarle los tres pies al gato porque el danés chulea la cámara, en eso el tipo
va sobrado de alabanzas. En reparto, Katerine Deneuve, dama de experiencia incontestable, pero la
campanada la da Bjork, ser raruno y malcarado en su vida real, que llegó desde
su peculiar mundo celeste, vino, vio y venció, y se marchó con su inexplicable y
genial interpretación, para no volver
jamás, dejándote hecho una mierda y prometiéndote a ti mismo que películas así
no las quieres volver a ver nunca más. Que con una es suficiente. Pues con el terror, debería ser así.
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