sábado, 16 de mayo de 2020

Me debes dos.



Camiones. Si algo abundaba en la India eran los camiones. Camiones que transportan paja, gallinas, burros, metales, ladrillos… cualquier cosa es susceptible de introducirse y transportarse en estos armatostes decorados con guirnaldas e imágenes de dioses que desconocía, otorgándoles ese aspecto tan festivalero.  Allí no existen las normativas de transportes, porque por no existir, no existen autopistas. Cualquier cosa que ruede o camine se puede interponer entre tu minibús o venir en dirección contraria. Porque a decir verdad, todo abunda en ese país de mil trescientos millones de almas sumidas en un deambular que a ojos del turista se antoja ininteligible, indescifrable y místico como un mandala. Mientras tomaba la foto aun no sabía qué coño era un mandala. Nos dirigíamos a Bikhaner, al noroeste del país, a contactar con uno de nuestros tantos enlaces británicos. Hacía dos días que habíamos dejado atrás Delhi, la capital y sentía que todo está a punto de ocurrir, tal y como le dijo el gato a Alicia, en el país de las maravillas : “No me preocupa mayormente el lugar donde ir”, dijo Alicia, “Poco importa el camino entonces… puede estar usted segura que llegará a algún lugar si camina durante un tiempo lo suficientemente largo..” le respondió el gato.- Entonces recordé que aquella aventura apenas había empezado, y que ante mí se impondrían otros siete largos días. Fue entonces que dejaron de importarme los cuarenta y dos grados de temperatura que se nos colaban por la ventanilla del Toyota que habíamos alquilado y que nos hacían sudar a chorro, a mí y al compañero que tenía al lado. Se me enturbiaba la cabeza de pensamientos y calor:  Aquí no tendré la suerte de encontrar un par de hielos de agua potable para poder construir alguna noche a modo de excentricidad un gintonic con la misma ilusión del que se descubre por primera vez a sí mismo prendiendo fuego con dos palitos. Así que voy a buscar esa nube que le prometí a V. Y esa piedra a P y esa tela y ese olor y esa foto, y esa cumbre, y ese rayo de sol justiciero y ese té con leche especiado tan bueno del que una vez Y. me habló. Y voy a traerte también todo aquello que no me has pedido, simplemente porque me lo he encontrado y me da la gana dártelo. Voy a dártelo a ti pero sólo a ti cuando vuelva, porque el viaje, decía aquel tío, es el arte del encuentro y sólo y en última instancia el encuentro con uno mismo y eso es lo que importa, el camino y el encuentro. Ahora mismo nada más.

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