Camiones. Si algo abundaba en la India eran los
camiones. Camiones que transportan paja, gallinas, burros, metales, ladrillos…
cualquier cosa es susceptible de introducirse y transportarse en estos armatostes
decorados con guirnaldas e imágenes de dioses que desconocía, otorgándoles ese
aspecto tan festivalero. Allí no existen
las normativas de transportes, porque por no existir, no existen autopistas.
Cualquier cosa que ruede o camine se puede interponer entre tu
minibús o venir en dirección contraria. Porque a decir verdad, todo abunda en
ese país de mil trescientos millones de almas sumidas en un deambular que a ojos del
turista se antoja ininteligible, indescifrable y místico como un mandala.
Mientras tomaba la foto aun no sabía qué coño era un mandala. Nos dirigíamos a
Bikhaner, al noroeste del país, a contactar con uno de nuestros tantos enlaces
británicos. Hacía dos días que habíamos dejado atrás Delhi, la capital y sentía
que todo está a punto de ocurrir, tal y como le dijo el gato a Alicia, en el
país de las maravillas : “No me preocupa mayormente el lugar donde ir”, dijo
Alicia, “Poco importa el camino entonces… puede estar usted segura que llegará
a algún lugar si camina durante un tiempo lo suficientemente largo..” le respondió
el gato.- Entonces recordé que aquella aventura apenas había empezado, y que
ante mí se impondrían otros siete largos días. Fue entonces que dejaron de
importarme los cuarenta y dos grados de temperatura que se nos colaban por la
ventanilla del Toyota que habíamos alquilado y que nos hacían sudar a chorro, a
mí y al compañero que tenía al lado. Se me enturbiaba la cabeza de pensamientos
y calor: Aquí no tendré la suerte de
encontrar un par de hielos de agua potable para poder construir alguna noche a
modo de excentricidad un gintonic con la misma ilusión del que se descubre por
primera vez a sí mismo prendiendo fuego con dos palitos. Así que voy a buscar
esa nube que le prometí a V. Y esa piedra a P y esa tela y ese olor y esa foto,
y esa cumbre, y ese rayo de sol justiciero y ese té con leche especiado tan
bueno del que una vez Y. me habló. Y voy a traerte también todo aquello que no
me has pedido, simplemente porque me lo he encontrado y me da la gana dártelo.
Voy a dártelo a ti pero sólo a ti cuando vuelva, porque el viaje, decía aquel
tío, es el arte del encuentro y sólo y en última instancia el encuentro con uno
mismo y eso es lo que importa, el camino y el encuentro. Ahora mismo nada más.
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