Ustedes me perdonan, porque no sé cómo lo hago, esto es
dejarse llevar y poner las ideas en la diana, pero acabo añadiendo música a
esta coctelera, como es ahora el caso, o películas que se visten así, y hoy
brota John Cusack, en Alta Fidelidad (2000). Preguntándose desde el principio
en voz en off si escuchaba música porque estaba triste o estaba triste y por
eso escuchaba música. Me arrimo conclusiones peligrosas, como que se trata de
películas que tratan de problemas de pijos, como Lost In Translation,
pero es que siguiendo estos fundamentos no entraría en casa la mitad de lo que
echa en la pantalla. Hay películas, como esta, que se guardan para sí misma lo
que nos tiene que decir. Luego el manido argumentario de que Murray no tiene
gracia. Menos tiene Sean Penn, otro que me encanta y por el que también tiro
cohetes en verbenas. Y joder, que a mí Murray y LiT me llevan al cine de Jarmusch, contención,
detalle, plano, silencio, gestos y al final un cine alejado del actual que mueve
fotogramas y planos a ritmo de motor V8. Y que resulta imposible mencionarla sin ponerme
el Just like Honey de Jesús and Mary Chain en la escena final. En literatura
también lo intento y no siempre acierto: leo sobre Carver, pope del relato, porque en narrativa es lo que
más me interesa, porque me recuerda al desencanto de algunos personajes de
Murray o Jarmusch, y por todos esos
tópicos que se mencionan sobre su prosa: economía del lenguaje, escepticismo,
carencia de florituras estilísticas, pesimismo, realismo, “tipos que miran la televisión evitando mirar en su interior” y todas estas coordenadas me dan faro
potente para dirigirme a esas tierras, pero es llegar a puerto y ver sus calles
y no encuentro nunca nada de lo dicho de Carver donde agarrarme. Qué le vamos a
hacer.
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