Si algún día decido ponerle música a mi vida sin duda me vería obligado a llamar a filas a Ennio Morricone. Pero solo para eso. Hay gilipollas en cambio, que darían algo por traerlo a su programa de televisión para hacerle montar en patinete a cambio de promocionar ante la cámara su nueva película. Morricone es una estampita como la del Sagrado Corazón para llevar arrugada dentro de la cartera, y para que de vez en cuando su música me de el norte de aguja, y eso ya es mucho. Por eso hay que dejarlo tranquilo, y no desimantarlo. Ponerle paramentos de felpa sobre las piernas, hacerle un poleo menta y dejarlo hablar. Y que se muera cuando a él le de la real gana y con todos sus honores. Y si nunca te ha gustado, aire, que ya estamos saludaos, como dijo Imanol a los gitanos Flores, en Brigada Central. Y esto a colación imposible de Albert Pla, que por alguna extraña conjunción astral que ni él mismo conocía se presentó en La Resistencia no sé muy bien para qué, y él seguramente que tampoco, porque a este buen tipo le importa dos mierdas promocionar sus discos y espectáculos teatrales o que le llame Coixet, Almodóvar o Lakuesta, para poner banda sonora a sus películas. Si te gusta, vas a verlo, si no, sudas de él. Pero no trates de tomarle el pelo o ridiculizarlo , porque si se lo propone, (y si no, puede que también) te hunde el programa, como se lo hundió a Broncano, - otro aspirante a Pablo Motos,- y cuando acaba todo se va de allí con esa sonrisa de niño bicho de seis años, y tú, con suerte aprenderás, que cuando señales con el dedo, recuerda que otros tres dedos te señalan a ti. Albert es como Leo Bassi, aquel clown que en alguna buena época aún quedaba gente que se preciaba ponerlo en parrilla televisiva para decir cosas como “Una persona de mi edad, cubierta completamente de kétchup y mostaza pierde completamente su dignidad, pero no me importa porque al perder mi dignidad deja de importarme lo que vosotros penséis de mí”. Y ahí, el tío te ha ganado la batalla, hay que reconocérselo. Y Albert, debe ser de los pocos como Bassi y un poco como Morricone, que lo único que le importa es su música (ni siquiera la de los demás) y su público, los que han dado el paso para ir a verlo y disfrutarlo. Ahí se dejará la piel. Sólo para ti. Si vas a verlo al camerino o te lo encuentras por la calle y quieres saludarlo será amable contigo. Así que ahí tengo otra estampita para llevar en mi cartera.
El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos.
viernes, 15 de mayo de 2020
Respirar hacia atrás.
Si algún día decido ponerle música a mi vida sin duda me vería obligado a llamar a filas a Ennio Morricone. Pero solo para eso. Hay gilipollas en cambio, que darían algo por traerlo a su programa de televisión para hacerle montar en patinete a cambio de promocionar ante la cámara su nueva película. Morricone es una estampita como la del Sagrado Corazón para llevar arrugada dentro de la cartera, y para que de vez en cuando su música me de el norte de aguja, y eso ya es mucho. Por eso hay que dejarlo tranquilo, y no desimantarlo. Ponerle paramentos de felpa sobre las piernas, hacerle un poleo menta y dejarlo hablar. Y que se muera cuando a él le de la real gana y con todos sus honores. Y si nunca te ha gustado, aire, que ya estamos saludaos, como dijo Imanol a los gitanos Flores, en Brigada Central. Y esto a colación imposible de Albert Pla, que por alguna extraña conjunción astral que ni él mismo conocía se presentó en La Resistencia no sé muy bien para qué, y él seguramente que tampoco, porque a este buen tipo le importa dos mierdas promocionar sus discos y espectáculos teatrales o que le llame Coixet, Almodóvar o Lakuesta, para poner banda sonora a sus películas. Si te gusta, vas a verlo, si no, sudas de él. Pero no trates de tomarle el pelo o ridiculizarlo , porque si se lo propone, (y si no, puede que también) te hunde el programa, como se lo hundió a Broncano, - otro aspirante a Pablo Motos,- y cuando acaba todo se va de allí con esa sonrisa de niño bicho de seis años, y tú, con suerte aprenderás, que cuando señales con el dedo, recuerda que otros tres dedos te señalan a ti. Albert es como Leo Bassi, aquel clown que en alguna buena época aún quedaba gente que se preciaba ponerlo en parrilla televisiva para decir cosas como “Una persona de mi edad, cubierta completamente de kétchup y mostaza pierde completamente su dignidad, pero no me importa porque al perder mi dignidad deja de importarme lo que vosotros penséis de mí”. Y ahí, el tío te ha ganado la batalla, hay que reconocérselo. Y Albert, debe ser de los pocos como Bassi y un poco como Morricone, que lo único que le importa es su música (ni siquiera la de los demás) y su público, los que han dado el paso para ir a verlo y disfrutarlo. Ahí se dejará la piel. Sólo para ti. Si vas a verlo al camerino o te lo encuentras por la calle y quieres saludarlo será amable contigo. Así que ahí tengo otra estampita para llevar en mi cartera.
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